Quizás un día, madre ,
ANOCHECE,
pueda escalar las sombras
sin que suban estrellas de sal por mi garganta,
un día amado, madre, detrás de cada brote
de mariposas verdes.
Provocaré a las nubes a cielo descubierto, parecerá,
que nunca el cielo, madre, habrá llovido tanto
tan fuera de ti.
Tengo apresado el sol, maniatado,
denuncio
su brillo
tan fuera de tus ojos,
paraíso de títeres fríos y sopas de carmín.
Hago fusilamientos con cintas y cajas de bombones
en una habitación
poblada sin tus brazos.
No está blanca la ausencia, el dolor,
lo guardo con manojos, lo encierro en relojes de pólvora,
lo vuelvo del revés
y lo pongo
en bolsitas de arroz.
Un tiempo de burbujas, ayer,
la textura de un grito
que tiembla su cuerpo en amapolas.
La margarita blanca,
la campanilla que violenta,
un junco atardece los juegos del aire.
Entregada a tus labios de joven muchacha
tampoco le perdono a las sombras,
la estrella, la sal, el azúcar,
su endemoniado giro.
¡Profetas...
ladrones...
crujidos... las nubes!
¿Y dónde?
¿Y quién?
¿Qué batalla?
Caricias, caricias,
¡tu caricia!
Nunca la O desaparece en la faz de la tierra,
nunca la N cayó de la trampa,
las venas corriendo de firme ante la luz,
gritando a muerte frente al hierro,
la mordedura de la paja, el verano amarillo,
la hoja,
la sombra del agua
y el pozo
por el que sube el río tumbado en el trigo
que cargan tus brazos.
La brisa ordenando tu pelo,
tu pelo izado en el adiós:
BANDERA BLANCA DE SILENCIO.
Un abrazo de espera, un látigo
cruza de nuevo la estrella, la sal, el azúcar,
la noria que corre de puntillas
hinchando abanicos
en los pinceles de la pena.
Cartera azul
tus zapatos de seda y de hambre,
tu risa,
la hermosa figura de tus lazos
y una torta de migas
tu falda de alegre muchacha.
Tu vida,
mi vida, madre, son
un rasguido que no puede cerrar
el corazón del tiempo.
ANOCHECE,
pueda escalar las sombras
sin que suban estrellas de sal por mi garganta,
un día amado, madre, detrás de cada brote
de mariposas verdes.
Provocaré a las nubes a cielo descubierto, parecerá,
que nunca el cielo, madre, habrá llovido tanto
tan fuera de ti.
Tengo apresado el sol, maniatado,
denuncio
su brillo
tan fuera de tus ojos,
paraíso de títeres fríos y sopas de carmín.
Hago fusilamientos con cintas y cajas de bombones
en una habitación
poblada sin tus brazos.
No está blanca la ausencia, el dolor,
lo guardo con manojos, lo encierro en relojes de pólvora,
lo vuelvo del revés
y lo pongo
en bolsitas de arroz.
Un tiempo de burbujas, ayer,
la textura de un grito
que tiembla su cuerpo en amapolas.
La margarita blanca,
la campanilla que violenta,
un junco atardece los juegos del aire.
Entregada a tus labios de joven muchacha
tampoco le perdono a las sombras,
la estrella, la sal, el azúcar,
su endemoniado giro.
¡Profetas...
ladrones...
crujidos... las nubes!
¿Y dónde?
¿Y quién?
¿Qué batalla?
Caricias, caricias,
¡tu caricia!
Nunca la O desaparece en la faz de la tierra,
nunca la N cayó de la trampa,
las venas corriendo de firme ante la luz,
gritando a muerte frente al hierro,
la mordedura de la paja, el verano amarillo,
la hoja,
la sombra del agua
y el pozo
por el que sube el río tumbado en el trigo
que cargan tus brazos.
La brisa ordenando tu pelo,
tu pelo izado en el adiós:
BANDERA BLANCA DE SILENCIO.
Un abrazo de espera, un látigo
cruza de nuevo la estrella, la sal, el azúcar,
la noria que corre de puntillas
hinchando abanicos
en los pinceles de la pena.
Cartera azul
tus zapatos de seda y de hambre,
tu risa,
la hermosa figura de tus lazos
y una torta de migas
tu falda de alegre muchacha.
Tu vida,
mi vida, madre, son
un rasguido que no puede cerrar
el corazón del tiempo.